Un trastorno mental es un concepto “reificado”, es decir, un concepto inventado, abstracto que no tiene existencia ni entidad física. Sólo son palabras que facilitan la comprensión, explicación o solución de algo.
Por tanto, los trastornos mentales son etiquetas que designan un conjunto de conductas y emociones que correlacionan entre sí. Por ejemplo, “depresión”, “trastorno obsesivo compulsivo”, “esquizofrenia…”, sólo son etiquetas que hacen referencia a ciertas conductas y emociones (tristeza, apatía, compulsiones como el lavado de manos, delirios como creer que un familiar ha sido abducido por extraterrestres, dificultad para relacionarse, etc.).
El error viene cuando interpretamos que la etiqueta es la causa de las conductas y emociones: “está triste y llora porque tiene depresión” ya que en realidad, es al contrario: “tiene el diagnóstico de depresión porque está triste y llora”. Lo real son las conductas y emociones (ej: evitar relacionarse con personas), la etiqueta es el nombre que se le pone (Trastorno de Ansiedad Social) y que por tanto, nunca podría ser la causa. Decir que una persona evita relacionarse con otras porque tiene Trastorno de Ansiedad Social, es como decir que alguien evita relacionarse con las personas porque evita relacionarse con otros.
Probablemente, este error es consecuencia de una interpretación superficial de la clasificación de los trastornos mentales en los manuales diagnósticos como DSM o CIE. Se tratan de manuales que se acuñaron cuando un conjunto de psicólogos y psiquiatras vieron la necesidad de ponerle nombre a distintas conductas desadaptativas que tenían sus pacientes, con el objetivo central de favorecer la comunicación entre profesionales y otros más socio-sanitarios como que los seguros cubrieran las sesiones psicológicas, dar de baja a personas que estaban pasándolo mal, etc. Por tanto, acordaron distintas conductas que suelen aparecer juntas y les pusieron un nombre. Sin embargo, ese nombre no designa la aparición de una enfermedad que tiene asociados determinados síntomas ya que un trastorno mental no es una enfermedad porque no está causado por ningún componente orgánico que genere una disfunción en la conducta.
Por tanto, tener un diagnóstico no significa que seamos personas enfermas y que siempre vamos a estar así, lo que nos llevaría a la pasividad y a acomodarnos a la situación. Lo que realmente significa es que realizamos un conjunto de conductas que podemos trabajar para cambiar. Sin embargo, ¿por qué tenemos esas conductas? ¿por qué nos comportamos como lo hacemos? La respuesta es sencilla, para lograr algo. La cuestión no sería ¿por qué me comporto así?, si no ¿para qué me comporto así? Por ejemplo, no comemos porque tenemos abre, comemos porque la conducta comer sirve para saciarnos y reduce el hambre; no nos arrascamos porque nos pica, nos arrascamos porque la conducta arrascarse sirve para aliviar el picor.
Los seres humanos, debido a nuestro aprendizaje y nuestras experiencias tempranas a través de la relación con las figuras de apego y el mundo, nos vamos a configurar la imagen de quiénes somos y de cómo es todo lo que nos rodea. En ocasiones, estas experiencias tempranas pueden configurar en la persona inseguridad y distintos miedos, a no valer, a ser rechazado, a no merecer que le quieran, etc, que van a generar malestar.
Si juntamos este miedo con que todo lo que hacemos es para conseguir algo, tendremos la clave: una gran parte de las conductas se realizan para disminuir esos miedos y el malestar que esos miedos causan. Es decir, cuando sentimos malestar vamos a poner en marcha, de forma INCONSCIENTE y AUTOMÍTICA distintas estrategias que nos permitan protegernos y defendernos de él. Aunque a priori dicha estrategia pueda resultar disfuncional y problemática, va a tener unos beneficios mayores de protección ante el malestar.
Por tanto, no actuamos porque exista un mal funcionamiento del cerebro que genere un trastorno mental, nos comportamos como lo hacemos porque es lo que resulta más adaptativo para una circunstancia en función a nuestro aprendizaje y experiencias previas.
Carmen Mata Muñoz