Una línea de trabajo como la que se presenta a continuación puede despertar al lector curiosidad e intriga acerca de la fundamentación tanto a nivel filosófico como terapéutico.
Así, tras reflexiones lingíüísticas y epistemológicas tan apasionantes como complejas, y tras la revisión exhaustiva de bibliografía existente con respecto a la posición filosófica donde se enmarca nuestro trabajo, se ha concretado el Transdiagnóstico Analítico-Funcional como constructo que describe aquello que subyace a nuestro entendimiento en la conducta, cognición y emoción, que nos dirige y predispone hacia la patología.
Sin embargo, es necesario entender que el abordaje terapéutico del Transdiagnóstico Analítico-Funcional (TAF, en adelante), está sustentado en axiomas filosóficos y principios biológicos que dan fortaleza y coherencia a la tecnología que de ella deriva.
Una práctica psicológica que no esté sustentada en aspectos filosóficos o biológicos concretos, que ayuden al avance de la ciencia y tecnología podría incurrir en errores que más adelante serán detallados, desfavoreciendo no solamente a la disciplina, o línea de intervención, sino también a la persona que necesita de nosotros para paliar su sufrimiento.
Si un terapeuta no tiene un enfoque concreto, predeterminado que le dé sentido y coherencia a su práctica Clínica, difícilmente va a poder atender las verdaderas necesidades del paciente y por tanto, tenderá a no concretar ni adaptar la intervención a las mismas, es decir, que está haciendo y porqué, dando lugar a posibles contradicciones en el uso de técnicas, complejizando y enredando la sintomatología, o incluso, se limitará a la aplicación de protocolos estandarizados sin sentido, sin el análisis o modificación de los mismos, aplicando simplemente por qué están reconocidos sus usos, pero no valorando la necesidad en el paciente o las consecuencias que podría tener, dentro de su arquitectura sintomatológica.
Entendiendo que no hay dos personas iguales, no se pueden dar dos tratamientos idénticos, ya que, a igual sintomatología, se presentan diferentes motivos.
Desafortunadamente, el panorama actual revela la animadversión que psicólogos en general, y psicólogos clínicos en particular han generado alrededor de ésta cuestión. La toma de una posición filosófica clara, anteriormente relegada a unos pocos académicos interesados en el tema, comienza a tener importancia no solo para la mejora de nuestra práctica psicológica, sino además para discernir aquello que pudiera ser explicado y entendido bajo ese marco, y aquello que necesitara ser debatido y discutido a la luz de los principios filosóficos marcados.
Nuestra línea de trabajo TAF viene a paliar algunos de estos problemas, como los epistemológicos, conceptuales y analíticos que han venido intentando resolverse desde el siglo XX, forjados más en una batalla dialéctica conceptual, qué en una busca de la razón común, unión o complementalización de los mismos, siendo la gran mayoría de ellos derivados, criticados por no comprender los principios filosóficos subyacentes desde los que se parte.
Para TAF, existen, principios filosóficos, y otros biológicos a tener en cuenta, empezando por los filosóficos diremos que partimos de los siguientes:
1.-Determinismo.
De acuerdo con la tradición más idealista, los seres humanos tienen intenciones y la voluntad de llevarlas a cabo. El libre albedrío es aquel principio filosófico que describe la capacidad de llevar a cabo un proceso conductual o mental dirigido internamente ¡independiente de las condiciones antecedentes o estimulación sensorial (Bunge, 1980). Así, el determinismo establece que cualquier proceso conductual o mental que se lleve a cabo es determinado en tanto que legal y sujeto a condiciones antecedentes que para nosotros puede ser consciente o inconsciente por procesos mentales internos. En palabras más llanas, el determinismo hace referencia a que cualquier cosa que ocurra, en el presente, conducta, cognición o emoción, nunca surge de la nada, sino que surge en un contexto concreto y siempre causado por algo o por alguien.
Por tanto, asumir el determinismo aclara la concepción y entendimiento de la conducta de un paciente, en tanto que asumimos que su conducta proviene de una historia de aprendizaje apoyada en un sustrato biológico, siendo ésta “determinada” por su historia vital.
De ésta forma, la alusión a variables como la “falta de fuerza de voluntad”, “falta de coraje” o la “falta de resiliencia” a la hora de explicar el por qué una persona ha afrontado un problema de una determinada manera no son explicaciones válidas ni justificadas o correctas bajo este axioma, es decir, hasta la falta de voluntad le precede una razón o motivo.
Asumir el determinismo también sume al terapeuta en un sentimiento esperanzador, en tanto que este comienza a formar parte de la historia de aprendizaje del paciente, ayudando a modificar su contexto vital y pudiendo modificar su conducta hacia la vida que anhela. De la misma forma, de la asunción del determinismo también deriva la idea de que todo aquello que la persona realiza sigue unas leyes internas (la conducta, cognición y emoción son legales), por tanto, podemos explicar, predecir, gestionar, examinar y por tanto modificar la conducta. He aquí donde las leyes de la conducta que subyacen a toda conducta tienen cabida.
Los principios de aprendizaje son el sustento, la base, aquello que subyace a todo lo que un organismo hace, piensa, dice o siente, es decir, su explicación. Poder explicar, gracias a ellos, toda la conducta humana, nos dota de un gran poder de entendimiento de la conducta ya sea “normal” o “patológica”, y es nuestra labor el conocerlos nos ayuda a poder explicar, predecir y modificar la conducta.
No podemos escapar a estos principios de aprendizaje, cualquier corriente de la que provenga el lector o autor asume los principios como algo ampliamente estudiado y experimentado y conocerlos es de obligado cumplimiento para una práctica eficaz y adaptada.
Así, el no tenerlo en cuenta, nos lleva a juicios de valor innecesarios, donde castigan, critican y juzgan al paciente, retroalimentando sus síntomas y agravando su cuadro, llegando en muchos casos a una cronificación.
2.-Monismo materialista
Otro problema en relación a los errores conceptuales y filosóficos existentes en el paradigma actual, y que tiene sus raíces desde sus inicios, es la validez de la distinción “dentro/fuera” o la determinación del nivel de análisis adecuado en el que se sitúa el objeto de estudio (nivel psicológico o agencial vs. nivel sensoriomotor o subagencial). De ésta forma, la TAF asume el monismo en contraposición al dualismo imperante desde el problema de la distinción entre lo mental (res cogitans) y lo corporal (res extensa) de la filosofía cartesiana. De acuerdo con Ryle (2005), ésta distinción surge del intento de reconciliar la imagen del ser humano como parte de un entramado de causa efecto y la imagen de este como un ser volitivo y con libre albedrío.
Se intenta reconciliar con objeto de dar explicación a actos morales o inmorales, libres o no libres, es decir, lo mental como explicación causal de la acción.
El monismo materialista, sin embargo, alude a la suposición de que existe un tipo de sustancia en el universo: la materia. Por tanto, el estudio de la conducta, cognición o emoción se realiza de la misma forma, mediante un análisis que permita establecer las relaciones funcionales entre la situación antecedente, la conducta, cognición o emoción, y sus consecuencias. De ésta forma, se entiende que la cognición no es algo diferente a la conducta, sino que ambas deben ser explicadas de la misma forma, y no una a partir de la otra.
Esto, en el presente trabajo será de vital importancia puesto que, en relación a la patología, existen topografías (rumia, pensamientos “intrusivos”, obsesiones) que serán estudiadas y analizadas como cualquier proceso conductual, hecho que podría sorprender al lector, pero que no lo deja relegado a un papel únicamente fenomenológico ningún tipo de experiencia del paciente.
Del monismo, además, se deriva la idea de que la localización de los problemas psicológicos no va a establecerse en su “aparato mental”, sino en la interacción de las personas con su ambiente (entendiendo ambiente como su contexto físico, social, cultural y verbal) como a nivel corporal, generando sintomatología somática, organica que da lugar a un mal funcionamiento corporal, dolores crónicos, enfermedades físicas, como son los Trastornos Funcionales.
Esto nos ayuda, para explicar y modificar lo que el paciente dice, hace, piensa o siente, no es necesario aludir a un aparato mental o una etiqueta diagnóstica (en este caso, TOC), sino a la historia de vida y a los contextos en los que se ve inmersos, en resumen, a la completa individualización de su trayectoria vital, que ha dado lugar a esa manifestación sintomatológica.
Una vez explicado este punto, está el lector situado para la comprensión del llamado “error categorial”, que va a ser de extrema importancia para la comprensión de nuestro abordaje que se demarca enormemente de algunas posturas que aluden al “TOC” como explicación de la conducta, cogniciones y emociones.
Gilbert Ryle, un filósofo estadounidense, se dedicó al estudio de las confusiones del lenguaje ordinario, estableciendo algunos errores en los que se incurren cuando el uso del lenguaje ordinario lo extrapolamos a un lenguaje científico para explicar fenómenos.
Es aquí donde surge el error categorial, el cual describe el error en el que se incurre cuando se atribuye una entidad fenomenológica o causal de aquello de lo que esa categoría está compuesta. Esto supone que, si a una serie de conductas, cogniciones y emociones les ponemos el nombre de “TOC” (aunque procede cualquier tipo de etiqueta diagnóstica), no es posible proponer como explicación causal a dichas conductas, cogniciones y emociones la propia etiqueta “TOC”, estaríamos incurriendo en un error categorial, ofreciendo una pseudo-explicación que no explica todos los patrones del paciente, ni nos deja salir del bucle, con lo cual nos lleva a cronificarlo.
Así, entender que el “TOC es causa”, “el TOC nos dice”, “el TOC nos manda”, “el TOC provoca obsesiones”, “el TOC me provoca pensamientos desagradables”, etc., serían proposiciones incorrectas, no válidas, que ofrecen una falsa sensación de control de lo que ocurre al paciente, pero sin realmente entender y poder explicar funcionalmente su conducta. Relega al paciente a un papel pasivo que tienen las enfermedades orgánicas, con poco marco de acción, e indefensión.
Es pertinente la alusión de la relación existente entre este principio filosófico como es el monismo y el incipiente interés hacia la neurociencia. En muchas ocasiones, la búsqueda fallida de una explicación basada en el dualismo (a veces sin conocer el error en el que se incurre) hace que los supuestos en los que algunas terapias o abordajes se sustentan se perciban como poco firmes e inestables. En respuesta a estos problemas que se vislumbran, se comienza a dar una importancia mayúscula, y una relevancia causal, a la parte del sustrato biológico como causa que sustenta toda conducta, cognición o emoción. En palabras más esclarecedoras, en ausencia de una explicación completa desde un nivel de análisis psicológico o agencial, se recurre a otro nivel de análisis, el subagencial, para intentar cubrir el vacío explicativo.
Esto es, exactamente, lo que llevó a la diferenciación entre res cogitans y res extensa, y por tanto, a la diferenciación nuevamente de dos materias diferentes, explicando una a partir de la otra.
Antes de continuar, cabe subrayar que nada de lo que aquí se señala debe ser interpretado como la negación de la influencia que puede tener o ejercer, la biología, epigenetica, sobre, la conducta, cognición, o emoción de la persona.
Por tanto, se trata de enmarcar en el nivel que corresponde el nivel explicativo de la conducta, por lo que no es ni epistemológica, ni pragmáticamente viable la reducción de la terminología del TAF a descripciones de procesos sensoriomotores (Froxán et al., 2021).
3.-Contextualismo
Tal y como se han desarrollado los diferentes puntos de este capítulo, puede el lector ver que el TAF no ha creado ningún tipo de principio o axioma que no hubiera sido dicho anteriormente por filósofos de renombre. En 1942, Pepper, uno de estos grandes personajes, definió cuatro cosmovisiones básicas con sus asunciones ontológicas y epistemológicas particulares: formismo, mecanicismo, organicismo y contextualismo. Ésta última, base filosófica para la Ciencia Conductual Contextual, es de gran interés para aquellas personas que decidan trabajar desde el marco de TAF.
El contextualismo «asume el individuo como un todo, que se encuentra dentro e inseparable de un contexto histórico y situacional» (Hayes et al., 1998). De ésta forma, el contexto, el individuo, aquello que siente, piensa, hace, dice, todo forma parte de un todo indivisible, y se debe analizar en y con un contexto. Desde ésta perspectiva, se entiende al individuo, su comportamiento, su cognición, su emoción, de manera holística, integral, sin entender los factores que contribuyen a ellos como independientes.
Lo dicho anteriormente nos lleva a la consideración de nuestro entendimiento de la psicología como una ciencia natural, desde una posición determinista, monista y materialista y con una visión contextual.
ENTENDIENDO SU SIGNIFICADO, TAF
Una vez asentadas las bases en las que se sustenta TAF, se procederá a explicar
qué supone el abordaje terapéutico desde TAF en tanto que tecnología. Para ello, se va a subrayarpreviamente el significado de las siglas que serán utilizadas a lo largo de este contenido, y que proporcionarán un entendimiento de nuestra aproximación a la psicología, en este caso hacia la patología, empezamos por la primera sigla.
1.- TRANSDIAGNOSTICO.
El Transdiagnóstico Tradicional es una alternativa a los diagnósticos clásicos, donde se relacionan ciertos aspectos comunes a diversos trastornos, llamados trastornos emocionales. El tratamiento transdiagnóstico está dirigido a aquellos pacientes en los que se pueda detectar solapamiento entre trastornos, y se ha caracterizado por hacer procesos integrativos y abordar varios trastornos en lugar de uno en específico (Sardin et al., 2012). Como se puede observar, parece el abordaje transdiagnóstico diferenciarse del diagnóstico clásico, entendiendo la problemática de las etiquetas diagnósticas, su reificación, su estigmatización y su efecto inmovilizador en el paciente.
Ésta es, desde la perspectiva de TAF, la parte del transdiagnóstico con la que comulga, concretamente la de ver el solapamiento diagnóstico entre categorías diagnósticas.
Sin embargo, los mecanismos transdiagnósticos clásicos, de alguna forma, han seguido reproduciendo la tendencia nomotética, clasificatoria, vinculada a las concepciones nosológicas clásicas. Aunque vayan más allá de los diagnósticos, son también mecanismos de características fenomenológicas vinculadas a entidades nosológicas.
Hay una relación circular y dialéctica entre diagnóstico y mecanismo transdiagnóstico Clásicos (Costa y Ávarez, 2018) que No visualizamos ni utilizamos en la intervención TAF, es decir, nos separa del Tradiagnóstico la línea de intervención o los protocolos previamente establecidos hacia los trastornos comunes.
Para entender mejor lo comentado diremos que, compartimos con el Trasdiagnóstico común, la no utilización categorial diagnóstica, así como su nomenclatura interna hacia los trastornos mentales, vemos como varias afectaciones, comparten características o síntomas comunes, de ahí el No uso de etiquetas. Pero lo que nos diferencia de ellos, es la manera de abordarlo, entendiendo que esos síntomas provienen por diferentes causas, y es el conocimiento de las mismas lo que nos lleva a su resolución. Aquí es donde aparece y tiene cabida el análisis funcional, que ahora detallaremos.
2.-Analítico – Funcional.
Es el apellido del enfoque terapéutico TAF que proporciona significado y cubre el vacío que se señaló en el constructo anterior sobre Trasdiagnóstico Clásico.
El análisis – funcional alude no sólo a una tecnología, sino a una metodología mediante la cual se lleva a cabo nuestra labor diaria, y donde sustentamos la línea de trabajo o la intervención más directa, a la cual también la podemos llamar análisis de casos.
Cuando aparece en un contexto determinado una conducta, cognición o emoción (tenga en cuenta el lector que no hablamos únicamente de conducta «problema», sino cualquier tipo de respuesta que emita una persona) va a ser siempre elicitada por algo, o emitida para algo. Esto es, una respuesta estará elicitada por un estímulo, que puede ser interno o externo a la persona, antecedente o consecuente, evocando una respuesta que será seguida a su vez de otros estímulos consecuentes, y la respuesta irá dirigida para conseguir dicha consecuencia encadenada.
La conducta, por tanto, está dirigida a nivel supervivencial para una correcta adaptación al medio, tanto la conducta más refleja (mayoritariamente respuestas emocionales o respuestas fisiológicas) como la conducta aprendida (el resto de respuestas, incluidas las verbales). Todo lo que una persona hace, dice, piensa o siente sirve siempre para adaptarse al medio en el que se encuentra. De ahí que sea tan complejo el análisis de la conducta, cognición, y emoción de la persona con la que trabajamos, por la manera de evaluar esa adaptación donde a veces resulta incongruente para otros, como por ejemplo la patología, donde la persona a veces encuentra su refugio.
Para dicho análisis, debemos buscar la situación antecedente, la respuesta y sus consecuentes, y realizarlo no sólo morfológica o topográficamente, sino funcionalmente, encontrando donde está la problemática que tenemos que solucionar que lleva a la persona hacia un mecanismo desadaptativo, sin olvidar que a veces esa opción elegida por la persona ( a veces no consciente), es la que conoce como menos dañina, la que le ayuda a una cierta adaptación o protección, sin dejar de generar sufrimiento o malestar.
Cabe desarrollar este punto de una manera más detallada, puesto que este es,
probablemente, el error en el que más se incurre (y a la vez el más fácilmente subsanable) en un proceso de explicación conductual, cognitivo o emocional. El hecho de que una conducta lleve aparentemente a un sufrimiento, no significa que dicha conducta esté siendo expuesta a una contingencia de castigo, y tampoco que una conducta que a simple vista pueda parecer agradable, deba estar seguida de un reforzador. Volviendo al desarrollo filosófico anterior, la persona tendrá estímulos que sirvan como reforzadores y otros como castigos, dependiendo de su historia vital; conocerlos es clave para el buen desarrollo de la terapia y de la relación terapéutica. Aquello que sirve como reforzador a un paciente, podría funcionar como castigo para otro, y viceversa. He aquí donde tiene cabida el análisis funcional, y donde sin él, estaríamos invisibilizando a la persona, dejándola nuevamente relegada a protocolos, técnicas sin fundamentación, categorización, en resumen, a la sensación de pérdida de identidad individual, y sometimiento a unas reglas estandarizadas prescindiendo de sus peculiaridades.
El análisis funcional, en muchas ocasiones por desconocimiento relegado al análisis experimental de laboratorio y no en contextos naturales, tiene en cuenta todo lo que rodea a la vivencia de la persona, desde los estímulos antecedentes, los consecuentes, la conducta, cognición o emoción de la que es función, así como las variables disposicionales (tales como el componente biológico, contexto socio-cultural, orientación sexual, experiencias traumáticas, capacidades intelectuales no normativas, enfermedades físicas relevantes, edad, género, etc) que dotan de riqueza y valor al análisis funcional.
Ésta metodología de explicación de lo que el paciente hace, dice, piensa o siente es incompatible, como se puede observar, con la clasificación nosológica clásica de diagnóstico. Es ésta la metodología que se sigue junto con la consideración transdiagnóstica de la patología desde la perspectiva de TAF.